sábado, 21 de marzo de 2015


LA CAFETERA DE LOS SUEÑOS
Cuento infantil (Primeros lectores 5-7 años)


Hace mucho, mucho tiempo, conocí a tres hermanitos tan pequeños, pero tan pequeños, que vivían holgadamente en una cafetera. No era una cafetera mágica, ni antigua, ni siquiera era una cafetera de porcelana... Era una vasija común y corriente, eso si, debo decir que era de un color blanco extravagante, orgullo de la abuela Luna, quien semana por semana la limpiaba con bicarbonato y "abuelístico esmero".

Los hermanitos eran algo raros, en lugar de nacer de una panza de mamá, debajo de muchas lámparas que asustan, ellos nacieron de una vaina de frijoles, en la hortaliza de su abuela. Quizás por eso les gustaba estar afuera, jugar con escarabajos, que para ellos eran casi como vacas, y montar en bicicleta. No te imagines una bicicleta como la tuya, nooooo, la bicicleta de Sal, Azúcar y Pimienta (así se llamaban), se las hizo  la abuela, con la armadura de unos lentes viejos, que encontró en un cajón de tiestos.

Luna era de esas viejitas con un delantal a toda hora, con los bolsillos  llenos de cosas: un dedal, un lápiz, un rollo de papel, y hasta un par de monedas, por sí las moscas... Pasaba la mayor parte del tiempo en su cocina amasando y horneando, pero sobre todas las cosas riendo mientras leía las tiras cómicas de los periódicos.  Por eso decidió que sus nietos vivieran en la cafetera, para tenerlos cerquita, cerquita, y al mismo tiempo protegidos de los ojos chismosos y pendencieros de una que otra vecina. -Todo lo quieren saber-, decía Luna refunfuñando, cada vez que le preguntaban esto o aquello.

Azúcar era el más risueño, le gustaba esconderse en el bolsillo  y dormir  a ritmo del vaivén de la abuela, Sal era serio, hablaba poco y quería ser el jefe, dar órdenes, y tener a todos  marchando, y Pimienta era el rebelde, peleaba más que un Chihuahua y tenía una insoportable vocecita de silbato, pero los tres tenían algo en común: les encantaba inventar sueños.

- Eh, Azúcar, estás muy misterioso... Protestaba Sal, mientras limpiaba el pico de la
  cafetera como si fuera un deshollinador.
- No me interrumpas que estoy pensando,
- ¿Y en que piensas? ¿En las telarañas?
- Pues no, estoy pensando en los zapatos de abuela
-¿En los zapatos de Abuela?¿Y qué tienen de especial esos ruidosos y enormes
   zapatos ? Preguntó curioso Sal
- Pues nada... que zapato rima con plato, plato rima con pato, pato
  rima con sapo, y sapo no rima con preguntón, pero...
- ¡Ayuyy, ya!, - Lo interrumpió Sal enojado y continuó cepilla que te cepilla.
- ¡Y preguntón rima con zapatón! Azúcar seguía rimando y se reía a carcajadas
  mientras Sal refunfuñaba.

Y así pasaban los días, peleando y riendo, y volviendo a pelear.  Hablaban cosas sin sentido, y a veces inventaban su propio lenguaje usando sólo una letra de cada palabra, de este modo: T Q M, significaba " te quiero mucho".  También hacían trampitas, pero siempre terminaban confesando, justo antes de irse a la cama.

Los días eran divertidos, la luz se colaba por el pico de la cafetera y cuando hacía un círculo amarillo en la pared, como un gran reloj, ellos sabían que era hora de levantarse y bajar por la escalera hecha de fósforos.

Pero un día el círculo de luz no apareció
-Que raro-,  comentaban entre ellos,- desde que vivimos aquí nunca, nunca, nunca, hemos dejado de ver el círculo de luz-.
- SI, yo creo que algo muy extraño está pasando allá afuera...

Y era cierto. La abuela no había abierto las cortinas de la ventana, caminaba de un lado a otro en la oscuridad con un cucharón en la mano y arrastraba sin alegría sus zapatos.

- ¿De qué sirve poner la cabeza sobre la almohada, cerrar los ojos y pasar horas y horas sin hacer nada, sin ver,  ni escuchar nada? De día al menos puedo reírme con los condimentos (así le llamaba a sus nietos, cuando quería reunirlos a los tres en un sólo nombre).

La abuela Luna no quería dormir ni de día ni de noche, ni siquiera quería dormir sus siestas. Andaba muy rara, y ni Pimienta, ni Azúcar ni Sal, se atrevían a salir de la cafetera. Permanecían inmóviles pegados a la pared y el agujero, tratando de escuchar y enterarse.

- Parece que la abuela no quiere dormir, decía Azúcar
- Uy que problema, porque si no duerme, siempre va a estar cansada y peleona,-decía Sal con los brazos cruzados.
-¿Y si salimos y la hacemos reír con payasadas?
-No, mejor esperemos a ver si se duerme en su sillón y entonces vamos en puntillitas para no despertarla...
- ¡Un momento! interrumpió Sal con énfasis, mientras se trepaba en una diminuta silla.Tenemos que hacer una junta de condimentos para organizar un plan...
-¿Y qué tiene que ver un "pan"con todo esto? Preguntó Pimienta, con asombro.
- Ay PImienta-pimentita-pimentón, no dije pan, sino plan.
-Ahhh... ¿Y un plan para qué?
-Para que la abuela duerma como antes, a todo vapor, roncando como una locomotora.
-¿Qué creen si le cambiamos la almohada? Propuso Azúcar.
- No, no creo que eso funcione. El problema es mucho mas serio, la abuela necesita
  sueños, para dormir en colores.
-¡Sueños! Claro, eso es, si sueña ya no pensará que dormir es inútil y aburrido.
- Pero¿Y cómo hacemos para que nuestros sueños lleguen hasta ella?
- Hum, tengo una idea. Dijo azúcar mientras registraba un cajón y sacaba algunos
 lápices de colores.

-¡Condimentos! - gritó la abuela, interrumpiendo de inmediato la junta. ¿Me pueden explicar por qué no han bajado a desayunar?

Azúcar soltó los lápices del susto, y estos rodaron por todos lados; Sal se tiró de la silla y Pimienta se tapaba la boca para que su risita burlona no llegara a oídos de la abuela, quien ya había destapado la cafetera y los observaba con un enorme ojo a través de su lupa.

 -Ya abu, ya vamos, respondió rápido Azúcar. Es que estábamos pensando.... Pero no pudo terminar la frase, Pimienta le dio un pellizco para que se callara, y Sal aprovechó para explicarle que el plan era oficial y extraoficialmente secreto.

Ellos desayunaban siempre lo mismo: semillas de girasol. Cada  uno se subía a un girasol del jardín y listo. Ese día fue igual y entre semilla y semilla, y algún que otro estornudo se pusieron de acuerdo sobre cada detalle para llenar la noche de abuela con sueños.

-Lo primero que vamos a hacer es mudarnos de la cafetera.
-¿Y para dónde?
-Pues, para cualquier lugar, una gaveta, la caja de costuras,
-Ya se! Interrumpió, Pimienta, nos mudaremos para la azucarera, de todos modos esta vacía desde que la abuela empezó a endulzar todo con miel.
- Al estar la cafetera vacía invitaremos a la abuela a tomar infusiones de frutas y....
Ohhh, ya entiendo, susurró Pimienta.

Y pusieron manos a la obra. Aprovechando que la abuela estaba entretenida con un periódico,  se colaron en la cafetera, armaron andamios con libros, cajas de fósforo, cucharas y cuanto tareco encontraron y empezaron la mudanza, hasta que la cafetera quedó completamente deshabitada. A la azucarera tuvieron que hacerle un puntal con un tenedor, para que la tapa quedara ligeramente inclinada. No era tan cómoda como la otra "habitación", pero por aliviar a la abuela, ellos eran capaces de renunciar a cualquier cosa.

- Uy al fin terminamos, se quejaba pimienta.
- Nada de eso, ahora vamos a pintar los sueños. Vamos a dividir la pared de la cafetera  en tres partes iguales y cada uno pintará un sueño diferente.
-¿Y para que tantos?
- Pues para que le duren toda la noche.

Pintaron y pintaron desde mariposas azules hasta pájaros de fuego... pintaron cuanta cosa les pasó por la mente, luego recogieron los lápices y se apresuraron a esconderse en la azucarera.

Cuando la abuela regresó, se detuvo en el centro de la cocina y miraba de un lado a otro, por acá la cafetera, por allá la azucarera ligeramente transparente y los condimentos moviéndose como loquitos... Tratando de llamar su atención. ¿Y aquí que está pasando?, se preguntaba ella entre dientes.

Sal se encaramó sobre los hombros de Pimienta, y Azúcar sobre los hombros de Sal y su cabeza quedó justo afuera.

-Pstt, abuela, abuela
-¿Que ocurre aquí Azúcar? ¿Por qué se han mudado sin avisarme? Les preguntó la abuela extrañada, pero sin enfado.
- Estábamos aburridos y decidimos cambiar de paisaje.

La abuela se quedó pensativa por un instante y como estaba tan triste y no tenía ganas de pelear, asintió con la cabeza y añadió.

-Pues pensándolo bien, no es mala idea, porque ahora podré preparar una infusión de frutas para el desvelo.

Cuando los condimentos oyeron esas palabras se alborotaron tanto que la torre humana que habían hecho uno sobre el otro se derrumbó y terminaron tirados en el suelo haciéndose cosquillas. Todo había salido según su plan.

La abuela  echó agua y frutas en la cafetera, encendió una débil llamita y cuando el agua empezó a hervir y el vapor a salir por el pico, los sueños tomaban forma, se respiraban en toda la casa, salían por la ventana y se esparcían por todo el pueblo. La abuela se servia su infusión humeante y exquisita en una tasa blanca, se sentaba en la mecedora y poco a poco el sueño la vencía.

Cada mañana los condimentos limpiaban la cafetera y dibujaban nuevas historias. La abuela nunca mas, pero ni una sola vez, volvió a estar triste, dormía feliz  toda la noche y por la mañana temprano abría de par en par las ventanas. Luego se sentaba con los condimentos entre los girasoles y les contaba sus sueños, contaba historias increíbles y ellos ponían cara de asombro, y de vez en vez intercambiaban miradas de complicidad. Ella nunca supo cómo ocurrió, Sólo se que vivió una vida larga y feliz,  arrullada por el sonido del hervor y embrujada por la fantasía de la cafetera de los sueños.






















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