jueves, 27 de agosto de 2015

Piel baldia (Fragmento)


Piel baldía. Fragmento.

Como todos los pueblos de este mundo, Malvango también tenía su loca. Se llamaba Adis, andaba por los cincuenta años cuando yo la conocí, recién llegada. Todos la miraban de reojo, y aunque ella andaba hilvanando una historia con otra, de casa en casa y de taburete en taburete, nadie la escuchaba,  nadie… sólo yo.  -“Esa tiene la locura debajo de la cintura”-, decían, y eso a mí sí me quedaba clarísimo: Adis estaba enferma del ombligo. Y yo no la escuchaba por educada, ni mucho menos porque me resultara interesante, yo la escuchaba porque Adis era la única persona del pueblo que se había dado cuenta de que yo ya entendía el  español.  Entonces ella me extorsionaba, nunca lo dijo,  pero yo sabía que escucharla era el precio de su silencio, mi única oportunidad de seguirme haciendo la tonta.  Cuentan, y digo cuentan, porque esto sí que no lo viví, que cuando el ciclón Flora, Malvango quedó sumergido y destrozado, prácticamente flotante,  las  casas de madera colapsaron, los animales se ahogaron, las siembras se perdieron, y el espirito del pueblo se resquebrajó  por la única muerte humana que tuvieron que lamentar: la pequeña hija de Adis. No recuerdo como se llamaba, pero cuentan que cuando pasó el ojo del huracán,  Adís  agarró a su hija de la mano, para ir a un lugar más seguro, y en cuestión de segundos, rompiendo aquella calma aparente, aquella trampa  viscosa, una ráfaga de viento se la arrebató para siempre  y la lanzó con verdadera demencia contra un árbol.  A partir de entonces  Adis empezó a deambular sin rumbo, oía lamentos y hablaba lo mismo con las cañas  que con el marabú, a veces hasta rompía la corteza con sus dedos,  y en las fogosas tardes de verano se encerraba en su casa, y entonces era cuando veíamos a más de uno entrando y   saliendo por la puerta trasera de la cocina, me imagino que iban a calmarla. “Míralo, ya anda encuevao  con la loca”,   acusaban sin reparos…  Después salía ella, radiante, con su cuerpo redondo y esponjoso,  oliendo a colonia,  y a yerbas, un olor dulzón y empalagoso, cuyo origen  ya habíamos descubierto jugando a los escondidos:   Adís se bañaba con un cubo de agua de pozo y montón de gajos verdes, ritual que me comentaría con lujos de detalles algunos años después… Se sentaba a la sombra y empezaba a cantar…

-Canta como las hienas, decían-. Pero a mí me parecía bonito, cantaba como yo, sin ton ni son, pero con el alma, que es como se debe cantar. La  verdad   es que era mejor oírla de lejos…

 


 

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