jueves, 15 de enero de 2015


Yo siempre quise ir a París.
Creo que lo deseo desde el mismo día en que mi cigüeña perdió el rumbo. Y probablemente tratarías de adivinar que me atrae el pan humeante de "Nature De Pain", o los faroles y sus sombras largas. Quizás puedas pensar que sueño con clavar mi pupila en la cúpula de la Ópera Garnier, o perderme en un beso solemne y sostenido, en un balcón con vista a la torre Eiffel... Quizás creas que es el alma de Juana de Arco, vagando por las misteriosas aguas del Sena, o el de Grenouille, en algún frasco de vidrio soplado, en la vitrina de una botica perdida en el tiempo... Y no es eso, tampoco aquella película "homme et une femme", que vi decenas de veces, y siempre lloré como si fuera la primera. No es la magia de Ratatouille, ni los museos, ni las ventanas con flores... Todo eso lo puedo ver desde mi palco. Mi deseo es mucho más mundano: lograr atarme con la elegancia parisina una bufanda.

No hay comentarios:

Publicar un comentario