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Se van
parten de la cuerda donde pernocta su corazón desnudo
y entonan un diluvio de violines
se pierden en el horizonte
hasta ser el aullido de una sombra imperceptible
y en su lugar me dejan una aureola de libélulas
su carpa de cristal rojizo
y el salto inequívoco del ojo
-siempre alerta-
De este lado de acá ha muerto un árbol,
la primavera fue un esbozo de gorriones que se picoteaban
y donde era el mundo
sólo quedan las tazas en que bebíamos café de madrugada
justo cuando vivir era una palabra cierta
tributo a la mesura
y en el mar no había otra latitud que no fuera el azul
para besarnos.
Pero ellos ya no tienen tiempo para echarle pan a las palomas
se repartieron las migajas que quedaban
y se fueron saltando de piedra en piedra
hasta quedar ausentes
con el rostro flotando como una sinfonía sorda de llantos
y aguaceros
y con la mano abierta,
que de tanto esperar, casi no alcanza.
Ellos tienen las paredes húmedas
y el abandono seco
y las ventanas podían abrirse de par en par
pero estaban cerradas
ellos se fueron por los agujeros
y dicen que me envían mensajes en botellas,
pero mis manos son ácidas
y ya dije un adiós que quedó colgando en un retrato
marcándome la sed, como si fuera un óleo.
Nadie regresa
y aunque el mar sigue golpeando desesperadamente
hoy supe que un campo de girasoles se secaba
y sólo quedaba yo para salvarlo...
Todos los amigos se están yendo.
Santiago de Cuba, 1993
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