A Eva la conocí
de cerca, siempre andaba con el alma deshecha, el pelo deshecho, la vida hecha un
nudo, que por el contrario, nunca estaba
deshecho, sino que cada vez se enredaba y se apretaba más, tanto que no había Dios
capaz de deshacerlo. Bajaba y subía la escalinata de la residencia Quintero con
una rapidez absurda, como si en lugar de Santiago, viviera en Nueva
York, como si siempre tuviera un lugar danzante a dónde ir… quizás lo
tenía, no lo sé, pero lo que si sé es
que Eva era un misterio. Aquella noche también llegó con los ojos hinchados y
las manos frías, temblorosas, nadie supo nunca porque temblaba, pero tenía ese
movimiento desesperante y sordo que delataba su miedo o su ira. Dormía los días
de sol, y salía a desandar la ciudad los días de lluvia, sin paraguas ni
zapatos, pero caminaba con vehemencia, como si a una hora exacta fuera a
cerrarse alguna puerta, para siempre.
-Se fue.- Fue lo
único que Eva dijo aquella tarde, y se desplomó
sobre sus rodillas como una estatua dinamitada, como un rascacielos en
implosión, como un ángel atravesado por una flecha de vidrio.
- ¿Quién? - Preguntamos
todas casi al unísono, entre chismorreo
y sorpresa. Sabíamos que ella perseguía a la gente que tarde o temprano tendría
que irse, a la gente que estaba desbordante de urgencias, de música, de cables cruzados, de ganas de vivir y explotar
como fruta madura.
Pero yo si sabía.
Se habían conocido apenas un par de meses atrás. Él le pidió ayuda con su tesis
y su rostro estaba desdibujado en la oscuridad de la noche, en la soledad de la
escalera, en la absoluta ceguera de la indiferencia. La primera idea fue negarse, no había tiempo
para tesis ajenas, ni voluntad, ni deseo…
pero estaba oscuro, y ese hombre estaba frente a ella, expectante…viril, Eva no lo veía, apenas lo escuchaba, pero
disfrutaba su voz con ese acento suave, enigmático, y el olor a hombre
hambriento. Estaba oscuro y quizás por eso en un ademán de manos se rozaron, y
ella sintió que nada, absolutamente nada en este mundo era más urgente para
ella, que ayudarlo.
Ella lo llamaba
Mu, un poco por discreción, para poder mencionarlo sin que en realidad nadie
supiera de quien hablaba. Se escurría a
media noche de la habitación y regresaba en la mañana, a veces radiante, a
veces dispersa “No he dormido nada, la noche entera escuchando radio-reloj”, decía mientras se enredaba en su cama para recuperarse.
Nadie le creía lo del radio, la mirábamos con gracia: “si, como no… radio
reloj.” Pero lo cierto es que Eva…
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