sábado, 16 de mayo de 2015

Piel Baldia (Fragmento)


 
A Eva la conocí de cerca, siempre andaba con el alma deshecha, el pelo deshecho, la vida hecha un nudo, que por el  contrario, nunca estaba deshecho, sino que cada vez se enredaba y se apretaba más, tanto que no había Dios capaz de deshacerlo. Bajaba y subía la escalinata de la residencia Quintero con una rapidez absurda,  como  si en lugar de Santiago, viviera en Nueva York, como si siempre tuviera un lugar danzante a dónde ir… quizás lo tenía,  no lo sé, pero lo que si sé es que Eva era un misterio. Aquella noche también llegó con los ojos hinchados y las manos frías, temblorosas, nadie supo nunca porque temblaba, pero tenía ese movimiento desesperante y sordo que delataba su miedo o su ira. Dormía los días de sol, y salía a desandar la ciudad los días de lluvia, sin paraguas ni zapatos, pero caminaba con vehemencia, como si a una hora exacta fuera a cerrarse  alguna puerta, para siempre.

-Se fue.- Fue lo único que Eva dijo aquella tarde,   y se desplomó sobre sus rodillas como una estatua dinamitada, como un rascacielos en implosión, como un ángel atravesado por una flecha de vidrio. 

- ¿Quién? - Preguntamos todas casi al unísono,  entre chismorreo y sorpresa. Sabíamos que ella perseguía a la gente que tarde o temprano tendría que irse, a la gente que estaba desbordante de urgencias, de música, de  cables cruzados, de ganas de vivir y explotar como fruta madura.

Pero yo si sabía. Se habían conocido apenas un par de meses atrás. Él le pidió ayuda con su tesis y su rostro estaba desdibujado en la oscuridad de la noche, en la soledad de la escalera, en la absoluta ceguera de la indiferencia.  La primera idea fue negarse, no había tiempo para tesis ajenas,  ni voluntad, ni deseo… pero estaba oscuro, y ese hombre estaba frente a ella,  expectante…viril,  Eva no lo veía, apenas lo escuchaba, pero disfrutaba su voz con ese acento suave, enigmático, y el olor a hombre hambriento. Estaba oscuro y quizás por eso en un ademán de manos se rozaron, y ella sintió que nada, absolutamente nada en este mundo era más urgente para ella, que ayudarlo.

Ella lo llamaba Mu, un poco por discreción, para poder mencionarlo sin que en realidad nadie supiera de quien hablaba.  Se escurría a media noche de la habitación y regresaba en la mañana, a veces radiante, a veces dispersa “No he dormido nada, la noche entera escuchando radio-reloj”,  decía mientras se enredaba en su cama para recuperarse. Nadie le creía lo del radio, la mirábamos con gracia: “si, como no… radio reloj.”  Pero lo cierto es que Eva…

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