La cercanía con la tía Geña me ofreció una posición privilegiada para enterarme de cuanto chisme corría por Malvango. Me aprendí todos los árboles genealógicos ocultos, y por más que trataban de enredar la cosa con frases a medio decir y lenguaje corporal de todo tipo, yo, que lo único que hacía era limarme la misma uña una y otra vez, con la cabeza medio baja, como quien está, pero no esrá (pero en realidad sagaz como un pichón de Gavilán) me las arreglaba para hilvanar palabra con palabra y entenderlo todo. De vez en cuando me hacían una pregunta medio tonta como para verificar mi total ausencia de atención y entendimiento, y yo hasta me demoraba para responder, como quien de verdad está ido del mundo. Mi pobre dedo hasta sangraba de tanta lima. Pero yo ahí, porque aquel mundo raro y lleno de trillos ocultos me fascinaba. En esos días conocí a tatarabuela Inés, porque he de decir, que después de tener una familia bielorrusa que cabía íntegra en una mesa de ocho, me encontré inmersa en un familión enorme, con tías abuelas, bisabuelas y tatarabuelas por las cuatro esquinas. Inés era la viuda de Morales, quien había muerto del corazón antes de que yo apareciera, pero antes de morir había salvado ( según los cuentos) a más de uno, había parado a hombres de sillas de rueda, niños de sus lecho de muerte, y había liberado de "males ocultos y extravagantes" a cuanta persona se presentaba en su templo. El templo no llegué a conocerlo, pero sí había un gran portón de hierro fundido entre mi casa y la casa de tatarabuela Inés, un portón misterioso que no llevaba a ningún lugar, porque detrás de él sólo quedaba un solar, un herbazal que decían era sagrado, nadie podía pasar por ahí, nadie menos mi madre, que cuando apenas llevaba un mes de instalada armó una colorida tendedera de toallas en medio de aquello, lo que le costó el odio eterno de todas las mujeres. Es una "creída" decían, cree que porque es extranjera puede venir a tender sus toallas rusas así, como si nada. Ojalá se las lleve el viento. Probablemente a nosotras, no a las toallas.
No tengo ni idea de lo que significa este instante. Me siento como si me estuviera mudando a una nueva habitación, a una nueva casa, a un nuevo planeta. Confieso mi miedo, el miedo de desandar las calles de una ciudad desconocida...
domingo, 15 de marzo de 2015
La cercanía con la tía Geña me ofreció una posición privilegiada para enterarme de cuanto chisme corría por Malvango. Me aprendí todos los árboles genealógicos ocultos, y por más que trataban de enredar la cosa con frases a medio decir y lenguaje corporal de todo tipo, yo, que lo único que hacía era limarme la misma uña una y otra vez, con la cabeza medio baja, como quien está, pero no esrá (pero en realidad sagaz como un pichón de Gavilán) me las arreglaba para hilvanar palabra con palabra y entenderlo todo. De vez en cuando me hacían una pregunta medio tonta como para verificar mi total ausencia de atención y entendimiento, y yo hasta me demoraba para responder, como quien de verdad está ido del mundo. Mi pobre dedo hasta sangraba de tanta lima. Pero yo ahí, porque aquel mundo raro y lleno de trillos ocultos me fascinaba. En esos días conocí a tatarabuela Inés, porque he de decir, que después de tener una familia bielorrusa que cabía íntegra en una mesa de ocho, me encontré inmersa en un familión enorme, con tías abuelas, bisabuelas y tatarabuelas por las cuatro esquinas. Inés era la viuda de Morales, quien había muerto del corazón antes de que yo apareciera, pero antes de morir había salvado ( según los cuentos) a más de uno, había parado a hombres de sillas de rueda, niños de sus lecho de muerte, y había liberado de "males ocultos y extravagantes" a cuanta persona se presentaba en su templo. El templo no llegué a conocerlo, pero sí había un gran portón de hierro fundido entre mi casa y la casa de tatarabuela Inés, un portón misterioso que no llevaba a ningún lugar, porque detrás de él sólo quedaba un solar, un herbazal que decían era sagrado, nadie podía pasar por ahí, nadie menos mi madre, que cuando apenas llevaba un mes de instalada armó una colorida tendedera de toallas en medio de aquello, lo que le costó el odio eterno de todas las mujeres. Es una "creída" decían, cree que porque es extranjera puede venir a tender sus toallas rusas así, como si nada. Ojalá se las lleve el viento. Probablemente a nosotras, no a las toallas.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario