El mismo frio de
la carreta, contra mi boca, amén de los baches, lo estoy sintiendo ahora, 35
años después. Mi boca de pez contra la pared de vidrio, siento la respiración
de los aviones que llegan y se van estremeciendo todo de ese modo solapado que
me hipnotiza y me salva una y otra vez.
-Pasajeros del
vuelo Beirut-New York…
Camino detrás de
dos mujeres envueltas en trapos que llevan mí mismo destino. Ellas corren, yo
corro, ellas se pierden, yo me pierdo,
se ríen tapándose la boca, yo viro la cara. Ellas se metieron en un baño y
gracias a mi habilidad de caminar mirando el piso, pude reconocerlas cuando
salieron, las conocí por los zapatos, colección de primavera de Gianvito Rossi,
porque de ahí pa arriba, ya no quedaba ni un trapo, más bien todo ajustado,
enmarcado y divergente. Son como este
país, donde nada es lo que parece.
Empiezo a contar
mis pasos. Los pasos separan más que los autos, más que los trenes y más que
los aviones, porque cuando caminas el cansancio debilita la agonía, mientras
que si vas sentado la agonía se hincha, se acomoda, se acuclilla en el lado más
confortable de la memoria y se queda allí,
como una gata. Por eso camino, lo más rápido que puedo, tengo un tacón
medio flojo, pero avanzo, y sigo contando los pasos, cien, ciento veinte, si los sumo con los mismos cien o
ciento veinte de él, que va en sentido
contrario, ya es un buen tiempo de pasos que nos separan.
-Pasaporte y
pasaje, por favor.
-Aquí están.
¿Sólo estuvo dos días en Beirut, Eva?
-Sí. Pensé estar
una semana, pero tuve que adelantar el regreso. Me hubiese gustado quedarme
algunos…
-¿Cómo se
deletrea su apellido?
-B-I-C, Bic
-¿Bic, como la
marca de bolígrafos?
-No, Bic, como la
marca de maquinillas de rasurar.
-¿Usted tiene
algún problema con mi barba?
-No señor. Era
una broma. Lo que pasa es que…
-Raro. Un viaje
demasiado largo, para una estancia tan
corta.
-Sí, tiene razón,
un viaje como de veinte años para un regreso de algunas horas.
-Como sea. - El
oficial levantó la vista, me imagino que para asegurarse de que yo no lucia del
todo demente y me entregó mis documentos.
- ¿Que lleva en la mano?-
-EL tacón de mi
zapato.
-Occidentales…balbuceo
entre sus dientes robustos y amarillentos mientras me acercaba un cesto de
basura
- Échelo aquí,
por favor.
-Si quiere le doy
el otro. - Levanté el pie izquierdo y sin mucho esfuerzo lo arranqué.
-¿A dónde
irán a parar mis tacones? Pregunte sin
esperar respuesta.
¬-¿A qué se
refiere?
-Nada, solo lo
decía por lo de la Revolución de la basura, mis tacones terminaran olvidados en
alguna calle céntrica de Beirut, o en un parque maloliente.
-Ese no es su
problema, apúrese que el vuelo va a cerrar. Buen viaje.
Y otra vez mi
cara contra el vidrio, ahora la ventanilla, medio ovalada…
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